El ciudadano morador de estos barrios privados, hoy tan de moda, es quien más sufre el desarraigo que produce el modelo de ciudad dispersa impulsado por esta filosofía del “no ser” , sabedoras de la extrema dependencia del automóvil que sufre este tipo de urbanismo suburbano.
La problemática derivada de la barriada residencial periférica, tanto de los barrios exclusivos, como tambien de los nacidos en planes de emergencias o villas, nace así en la falta de identidad inherente al suburbio. El residente de cualquier vivienda –cada vez menos familiar- del extrarradio sufre en primera persona la ausencia de pertenencia a un grupo , unidad vecinal o barrio con personalidad distinta al resto. Sus casas son iguales, sus jardines son iguales,, sus calles en fondo de saco son iguales. Es el contexto idóneo para que el adolescente de clase baja o del de clase media deje de ser un extraño e ingrese bien en una banda callejera donde ser respetado, o en un selecto club donde ser reconocido. Ambas agrupaciones prometen un mejor estilo de vida y, aunque parezca paradójico, se retroalimentan de algún modo. Las dos tienen cierta mentalidad de tiempos de guerra. Ambas fomentan la arquitectura del miedo.
El fácil acceso a las armas de fuego no ayuda a resolver el problema de la violencia y, a pesar de que las cifras del crimen disminuyen globalmente año tras año, la sensación de la ciudadanía es que la delincuencia en la jungla urbana va en constante aumento. Los Gobiernos dedican gran parte de su presupuesto a la seguridad, con el fin de acabar con la subcultura de guerrillas, pero nunca es suficiente para el ciudadano que paga religiosamente sus impuestos. El individualismo sistémico del habitante con estas nuevas tendencias sociales aflora y hace que tampoco se confíe demasiado en soluciones promovidas por la Administración a nivel estatal o municipal. De hecho, hace tiempo que el número de policías privados superó al de agentes públicos. Así, hace ya años que varias comunidades llegaron a la conclusión de que había que tomar una drástica y poco sutil solución para conseguir un entorno seguro. Necesitaban el equivalente urbano de la protectora habitación del pánico. Una medida en el sentido de militarizar el espacio, debían vallar su perímetro.
Se trata de una medida que ha hecho desaparecer el poco espacio democrático que quedaba en la ciudad difusa; una nueva versión posliberal de la ciudad prohibida. Si la zonificación salvaje y el infinito suburbio de viviendas unifamiliares habían acabado con la calle como lugar tradicional de encuentro, la valla o, en su defecto, el foso, se levanta o se cava con la intención de acabar con la amenazadora multitud. Es, sin duda, una forma de pensar y actuar a corto plazo típicamente de clase emergente y sin raíces que, de manera realmente práctica e inmediata sigue el siguiente razonamiento perverso: “ya que la Administración no mete a todos los delincuentes en la cárcel, me encierro junto con mis semejantes en un lugar construido a mi medida” y esto vale para la clase media como para la baja al “planificar” su sitio urbano.
De esta manera, tras la aparición en la escena urbana de la cámara de seguridad, la valla es otro paso significativo más en el proceso de privatización de la ciudad suburbana, que amenaza con acabar con todo lo verdaderamente real existente en la esfera pública.
¿Significa esto que el espacio público ha muerto? Por supuesto que no, pero esto nos recuerda la opinión de Noam Chomsky de que “la libertad sin opciones es un regalo del diablo”
El oscurantismo medieval nos envuelve calladamente cada día, es hora de despertar antes que las nuevas sociedades inquisidoras salgan a las calles.
JUAN CARLOS MONTENEGRO