por Juan Carlos Alarcon
Nuestras dos familias eran de barrio Pueyrredón, de la calle Charcas; pero nos separaba la Avenida Patria que era una frontera peligrosa para ambos lados. Además, Daniel era de familia fanática radical y yo de familia peronista, fanática.
Recuerdo que un día le dije: nunca me saludaste, ni siquiera a la salida del cine del colegio Robles. Entonces me miro y largó una carcajada respondiendo: “Cómo te iba a dar bola si vos eras un pendejo?” Tenia razón, 5 o 6 años es una enormidad cuando uno es chico. Yo era un pendejo y él era viejo.
Pienso, que nosotros nunca fuimos amigos, aunque hubo periodos que nos frecuentábamos seguido y varias veces comíamos en familia ya que Cristina, su mujer, era también muy amiga de mi esposa. Ellas se conocían desde adolescentes.
Por aquella época muchas veces yo pasaba a buscarlo por la redacción del diario La Voz del Interior y nos cruzábamos al bar del frente a tomar cafés. Cuando yo me largué con la aventura de hacer una película, como no podía ser de otra manera, él fue uno de los primeros en hacerme una entrevista.
Por aquella época muchas veces yo pasaba a buscarlo por la redacción del diario La Voz del Interior y nos cruzábamos al bar del frente a tomar cafés. Cuando yo me largué con la aventura de hacer una película, como no podía ser de otra manera, él fue uno de los primeros en hacerme una entrevista.
El día que se casó con Cristina nos habían invitado y fuimos con mi mujer. Fue el casamiento más original que asistí hasta el día de hoy. Había docenas y docenas de quesos diferentes, de todo tipo y gustos haciendo juego con panecillos también de todo tipo sobre mesas de distintos niveles y una decoración teatral. En realidad parecía la escenografía de una pieza de teatro donde los invitados eramos los actores. Algún tiempo después nos encontrábamos en el bar Unión y me dijo “No me digas que la fiesta de mi casamiento no fue linda?” Yo le respondí: Espero que nunca más te vuelvas a casar porque me recagué de hambre, los quesos a mi nunca me gustaron. Capaz que siguió mi consejo porque nunca se separó de Cristina.
Hay algo que tengo que reconocer, siempre me gustó su manera de escribir y hasta influenció en la mía. Lo supe un día cuando yo venia de borronear un poema donde había una frase “Traficante de luna / que lleva una herida en la sangre...” Allí pensé : Carajo, esto también es de Salzano. El era diabético, insulino-dependiente y varias veces yo lo había visto pincharse.
Su primer libro de poema “Oh beibi” me encanto, era una oda al cine. Pero cuando después publicó "Versos que escribí para que tocara Jelly” me marcó a tal punto que muchos más tarde cuando yo publiqué “País Chúcaro” (Ed. Recovecos) le dediqué el poema 16.
La ultima vez que tomamos un café fue hace un par de años. Nos encontramos por casualidad. Yo iba caminando por la Av. General Paz y él salia del edificio de los gallegos, La Casa de España. Yo no lo había visto y siento que desde atrás me dice : “Ya no saludas cordobés trucho?”
Hablamos un poco de nuestras respectivas familias, por supuesto mucho de cine y me dijo que había leído mi novela “Cuando los pájaros vuelan en libertad” y que yo no había dejado de admirar a Victor Stasyzyn, que había sido su jefe cuando él escribía en la página de espectáculo de La Voz. Yo sonreí y estuve a punto de contarle un secreto: No, lo que quiero es escribir como Daniel Salzano; pero ese secreto ni en pedo se lo confesaría porque nosotros no éramos amigos.
Poema 16 (a daniel salzano)
Alguna vez, caminé Rivadavia arriba
examinando los jardines del mercado de abasto
escupiendo nicotina
discutiendo política con viejas prostitutas.
Algunas veces, he esperado la mañana
despeinando madrugadas,
he bebido elixir de vida desde el fondo de una copa
mientras una serenata se escapaba por la ventana
del hotel Walford
y, más tarde, en el bar Claudia
al primer trasnochado que bebía café con sacarina
le pregunté por Daniel
y me respondio:
le está escribiendo a Jelly
“Pais Chucaro” (Ed. Recovecos; Cba)