Cuando pasa un conocido de algún conocido mio, suelo aceptar tomar un café para intercambiar figuritas. A veces me traen saludos que alimentan mi espíritu con alegrías. Daniel quiso saber porque nunca cuajó una relación entre el Tata Cedrón y el Cacho Castaña sabiendo que yo conocía a los dos. Riéndome le comenté que cuando uno ve llegar al otro se levanta y se va. Par el Tata posiblemente Vicente es un tanguero trucho y hasta llegarían a las a las manos, porque no sólo los separa el tango sino las ideas políticas. Humberto Vicente Castagna como se llama verdaderamente el Cacho Castaña siempre fue peronista, y medio fanático, pero de Menen con quien siguió siendo muy amigo, y el Tata que también es peronista fanático venía de la corriente montonera, hoy setentista como le dicen. Si ellos hablaban de política se agarraban a las trompadas, si hablaban de tango se agarraban a las trompadas, si hablaban de mujeres se agarraban a las trompadas porque uno era mujeriego, le gustaba la joda, chuparse hasta el brote de las uvas y fumar como una chimenea; el otro es todo lo contrario, un intelectual amigo de todos los intelectuales de la música.
La primera vez que lo vi al Cacho fue en La Falda, provincia de Córdoba donde se estaba gestando un festival nacional de tango, a fines de la década del 60. Lo había llevado Ruben Juarez y me presentó diciéndole que yo era también peronista pero que no había que preguntarme mucho sobre política porque yo respondería hablando de mujeres. Era la época de agitaciones militantes y las camisetas partidarias se decían en secreto. El Cacho que era algunos años mayor dijo “Entonces me interesa” y me tomó del brazo y nos fuimos a un bar a chupar unas sangrías, fumar, hablar de música y, por supuesto, de mujeres.
Desde entonces muchas veces nos hemos cruzado en Argentina y en diferentes países. En Caracas nos comimos como una docena de arepas cada uno; pero hasta el día de hoy sigo pensando que fue para justificar el pedo que nos agarramos probando unos vinos californianos. La ultima vez que lo vi fue en España y, como de costumbre, más las copas que ya teníamos encima yo metí la pata. Le dije: Che loco que hija linda tenes y nunca me la presentaste. El me miró divertido y me respondió: Che cordobés culiau es mi mujer! Menos mal que Andrea no nos había escuchado. Que culpa tenía yo si Vicente se había casado con una psicóloga, de 37 años mas joven que él?
A veces yo le sabía decir que se cuidara con el cigarrillo porque él tenía antecedentes familiares, sus dos hermanos mayores habían fallecido jovenes por problemas cardíacos, pero él me respondía “el muerto se asusta del degollado” y cambiaba de tema.
Con el Cacho, muchas cosas nos unían a nosotros con cierta complicidad: una era nuestro origen humilde ya que su padre era zapatero. Otra, era el piano donde los dos aprendimos a tocar desde chicos porque nuestras madres nos lo impusieron, también los dos aprendimos a tocar la guitarra de oído porque así era mas fácil conquistar a las mujeres.
Me acuerdo cuando yo iba a Buenos Aires, nos sabíamos encontrar en un bar de Flores donde él pasaba todo el tiempo con sus amigos, hasta eso nos unía, yo también tenía en Córdoba mi propio bar, el Bar Unión donde todas las tardes me encontraba con mis amigos. El Cacho le llamaba al bar de Flores “la oficina” porque era allí donde componía muchas canciones y discutía sus contratos de actuación. Fue en ese bar que compuso su primeros tangos “Las nubes que bajan” y “De noche y llovía”. Es de ese mismo bar que habla el tango “Café la humedad”.
Daniel quiso saber si era cierto que el Cacho le cerró la boca a Goyeneche. Yo no estuve esa noche, pero varios me contaron esa anécdota. Resulta que Castaña lo tenía al Polaco como un Dios del tango y habían quedado varios amigos en reunirse en un boliche donde actuaba Goyene para festejarle su cumpleaños. El Cacho subió al escenario y le cantó un tango que le había compuesto como regalo “Garganta con arena”. La cuestión es que el Polaco se emocionó demasiado y le saltaban las lagrimas. Esa noche no quiso cantar más.
Pero hay otra anécdota que suelen contar con Ruben Juarez en reuniones de amigos. Un día Ruben le habló por teléfono para decirle que era hora que hicieran “algo” juntos; entonces el Cacho le dio cita en un bar a las 6 de la tarde donde fue con su guitarra. El problema es que estos dos locos se pusieron a tomar unos vinitos mientras charlaban. La madrugada los sorprendió rechupadazos y sin haber producido nada. Al día siguiente, ya estando fresco, el Ruben le volvió hablar por teléfono porque no se acordaba lo que habían compuesto, fue entonces que el Cacho Castaña le largó esa frase que todavía se repite mucho “Un tango no lo escribís cuando vos querés sino cuando Dios te lo manda”. La cuestión que fue en ese momento, por teléfono, que se pusieron a componer lo que chupados no pudieron hacer. Así nació “Qué tango hay que cantar”.
El Cacho era imprevisible, admiraba a Elvis Presley y hasta se peinaba de roquero para tomarle el pelo a los puristas del tango, componía de la misma manera que respiraba y fumaba. Andrea suele comentar que de las 2800 canciones que hizo solamente grabó unas 500. Entre los cajones tiene de todo: tangos-tango, tango-baladas, tangos-pop y hasta algunas composiciones que no tienen nada que ver con el tango. Según Chito, otro amigo tanguero y demasiado purista: un tipo que canta “la bicleta blanca” de Gieco no puede ser tanguero. Daniel me contó otra anécdota del Cacho. “Cada que íbamos actuar organizábamos el orden de las canciones, pero con el Cacho nunca se sabía lo que iba a pasar, porque cambiaba todo según el clima de la sala y hasta se ponía a bailar por todo el escenario como si fuera un cantor moderno”.
Juan Carlos Alarcón
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